cuento corto
por: Javier Lopez Botero
Eran las 5:50 pm de un viernes en que Jesús Antonio renegaba
de las ventas, en todo el día solo había logrado vender $ 10.000 en un reloj
para dama, de esos $ 10.000, había pagado $ 2.500 en un almuerzo, es decir, le
quedaban $ 7.500 y no demoraría en llegar “el gota a gota” prestamista al que
tenía que darle $ 10.000 diarios, por lo que su genio no era el mejor. Jesús Antonio era famoso entre sus compañeros
de venta ambulante no por su don de gentes o por ser un compañero servicial,
sino al contrario, por su pésimo comportamiento cuando se emborrachaba, que era
casi todos los días, gustaba de tocar los glúteos de las mujeres, por lo que se
había ganado mas de una golpiza, así mismo, era reconocido por negociar con
billetes falsos, los demás vendedores no acostumbraban prestarle dinero porque
era dinero perdido, ni cambiarle un billete porque era tumbis seguro; sumado a
ello su vocabulario soez y su agresividad se habían ganado el remoquete de “El
Diablo”, apodo que a él no le disgustaba, al contrario, decía sentirse
orgulloso de ello.
Jesús Antonio “el Diablo” pensaba, “este
maldito día ya está perdido” y había decidido recoger la mercancía temprano
para volársele al gota a gota. En ese
momento observó que un señor de contextura mediana de unos 50 años
aproximadamente, miraba hacia los puestos como buscando algo; como buen
vendedor se le acercó preguntándole que se le ofrecía. El señor muy amable le contó que un hijo suyo
el varón, mayor de 22 años, había perdido el empleo y por lo tanto él estaba
pensando que para que el muchacho no se quedara por ahí vagueando lo podía
poner a trabajar en ventas ambulantes, le preguntó al Diablo cómo se conseguía un puesto fijo y dónde se
podía comprar la mercancía, el Diablo que varias veces había pensado en emigrar
acosado por las deudas y su mala imagen, pensó en que este sería un “buen
marrano”, por ello no dudó en decirle al señor. “Le vendo mi puesto con plante y todo” ¿Y como cuanto valdría? Le preguntó el señor,
el Diablo que sabía que en mercancía “buena” no tenía mas de $ 70.000 y
que el resto eran relojes desechables sin ningún valor le respondió. Este puesto vale $ 1.000.000. El señor que se mostró interesado le
preguntó. ¿Y este puesto cuenta con
permiso? ¡Claro!, afirmó el Diablo,
aunque en realidad ningún vendedor del sector contaba con permiso. Días antes el alcalde había ordenado el
desalojo de estos rebuscadores por lo que estos, incluido el Diablo, tenían que
salir corriendo al grito de “el lobo” que era como se le decía a la
policía que los recogía y les quitaba su mercancía. - “Este puesto tiene permiso hace 20 años”
- confirmó el Diablo en tono muy
convincente. Luego de una pequeña
discusión y regateo llegaron a un acuerdo final, el Diablo le vendería el
puesto con mercancía, mesas, sillas y permiso por $750.000.
Jesús Antonio no cabía de la dicha al ver que un nuevo
marrano había caído en sus manos, - sólo tengo un problema le dijo el señor al
Diablo - aquí no tengo el dinero, si
usted quiere me espera voy hasta la casa y le traigo la plata, o usted verá si
me acompaña a recoger el dinero – claro – le contestó el Diablo, ¿a dónde hay
que ir?. Hasta la galería Santa Elena –
contestó el cliente – entonces vamos a guardar la mercancía en la bodega y
después volvemos por ella dijo el Diablo.
Al llegar a la bodega el Diablo le dijo al peruano dueño de la bodega en
donde los vendedores guardaban la mercancía, le presentó al señor, este es el nuevo dueño de la mercancía y el
puesto, él la puede sacar cuando quiera – bueno – contestó desprevenidamente el
peruano. Al llegar a Santa Elena el
Diablo y su cliente se sentaron en una cafetería a esperar el hijo del señor
llegaría con el dinero, pasaron más de 30 minutos y el cliente hizo una llamada
averiguando el porqué de la tardanza de su hijo al no llegar con el dinero, al
terminar su conversación le dijo al Diablo – que pena con usted, ese muchacho
no ha salido de la casa, voy por el dinero y ya regreso – bueno - le contestó
el Diablo. Pasaron otros 35 minutos y no
aparecieron ni el señor ni el hijo. El
Diablo que empezaba a desesperarse creyó que a lo mejor el cliente se había
echado para atrás con el negocio y decidió irse para su casa, si estaba
interesado, llegaría mañana al puesto – pensó para sí el Diablo-.
Al día siguiente al llegar el Diablo a la bodega y no
encontrar la mercancía en el sitio donde acostumbraba a dejarla le preguntó al
peruano ¿y la mercancía mía dónde está?
Y éste le respondió: el señor que trajo usted ayer, vino y se la
llevó. “Mierda me tumbaron” exclamó
el Diablo.
Rápidamente el chisme se regó por el centro, ¿cómo tumbaron
al diablo?. Es que para un vivo otro mas
vivo – dijo alguien - Fueron dos días de
escuchar los comentarios y las burlas de sus compañeros, el Diablo acostumbrado
a pasar las duras y las maduras no se amilanó, sacó 20 relojes viejos en mal
estado que había logrado salvar y que apenas funcionaban y los exhibió –ya
llegarán los marranos con quien desquitarme – y como todos los días, se decidió
a jugar el chance con el número 666 – mi número – acostumbraba a decir.
Ya entrada la tarde, la vendedora a la que le había
jugado le informó que el número que había hecho era el ganador. El Diablo se había ganado $ 700.000, es
decir, había recuperado con creces lo que unos días antes le habían tumbado. Enterados los demás vendedores de este nuevo
suceso, solo atinaron a decir “Mucha suerte la del Diablo” y uno de sus
amigos de farra expresó – es que el Diablo, es el Diablo -.